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Relato fantástico

Por Melani Valladares

¿Quién no quisiera que sus días de monotonía se vuelvan una verdadera aventura?  Imagínense una vida en la cual podamos hacer aparecer y desaparecer cosas a nuestro gusto, volar hacia el trabajo, mover cosas con la mente, tener como amigos a enanos, elfos, sirenas o tener conversaciones realmente interesantes con nuestras mascotas. Todos en algún momento sueñan con poder realizar alguna acción de este tipo y La única forma de poder acercarnos a esta clase de eventos es a través de la lectura, el cine, la radio y la televisión.    


Podemos entender por género fantástico a los relatos que contienen elementos irreales o sobrenaturales que irrumpen en la vida cotidiana de los personajes. Muchas veces los escenarios, personajes y situaciones jamás podrían pertenecer al mundo verídico, son elementos inventados por el autor, en los cuales no se cumplen las leyes de la naturaleza.  Ante este acontecimiento, el lector tiene un momento de vacilación sobre cómo entender los hechos que persisten durante todo el relato.

Como lo ha señalado el escritor Tzvetan Todorov en su Introducción a la literatura fantástica (1980) “hay un fenómeno extraño que puede ser explicado de dos maneras, por tipos de causas naturales y sobrenaturales. La posibilidad de vacilar entre ambas crea el efecto fantástico.” Esto quiere decir que los hechos pueden tener una explicación real y al mismo tiempo una fantástica que coexisten en el relato. Si esta ambigüedad no se mantiene estamos ante un relato del género maravilloso. El que percibe el acontecimiento tiene que optar por alguna de las dos soluciones, si el evento sucede realmente en ese mundo posible o es fruto de la imaginación o de los sentidos del personaje. La vacilación que atraviesa   frente a un acontecimiento sobrenatural es producto del género fantástico y se mantiene durante todo el relato.


El cuento que está a continuación es un claro ejemplo de literatura fantástica y muy reconocido en Latinoamerica. 

EL OTRO YO Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009)

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.


El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Referencias:
·         Benedetti. M., 1968, El otro yo, La muerte y otras sorpresas, Uruguay, Alfauara.

·         Todorov. T., 1980, Introducción a la literatura fantástica, Editions du Seuil.

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